Palabras, tan solo palabras.


Ser poeta es ser un cosmos. Es la sensación de inagotable hondura y creciente cima. Es la faena de pensar en voz alta y escribir quedito. Ser poeta es la inexactitud del sentimiento. Es un momento en la inmensidad, un siglo en un instante y el susurro en el tiempo. Ser poeta no es presunción, ni codicia mercante, es la voz que a todos cambia y a pocos quema. Ser poeta es ser mago y no hacer caso a la fantasía creada, no sin antes sucumbir ante ella. Ser poeta no es materia de arte, ni asistencia a escuelas, ni sosegar críticas del vulgo o trazar reglas impositivas para poderlas luego surcar. Ser poeta es una esencia y una propiedad, la de todas las musas, la inmortalidad y la sublime soledad.

Aquellos seres a quienes la poesía no conmueva,
Si se les habla de hermosura
O se les dictan las penumbras;
Aquellos otros entes amortales que la letra no cautiva
Pierden piso y sueño; son criaturas
Que no entienden las palabras
Y su herencia no trasciende
Ni en vida, ni en sepultura.

No es simplemente la belleza en la escritura, o el esplendor del orden, el fondo o la forma. La poesía rebasa el arte y confirma solamente que pensamos y decimos lo que a veces escribimos, para ver la luz u oscuridad como una fuente plena de armonías, el equilibrio entre el aire y la respiración, entre el pulso y la razón.

Bástenos una letra, un cúmulo de ideas,
un relieve de ilusiones o la geografía del corazón
bástenos la esperanza, la yedra o la luna llena
para adivinarnos silvestres, creyentes o lobos sin sol.
Vivimos pendientes de todo, del ágora sin griegos
del Partenón de los sueños,
de cualquier augusto santuario
en donde prive la locura o la razón;
poetas sin tradición o desvelos
letristas sin glorias, hojas ni rosarios
simples humanos con pluma, papel y sin dios.

El poeta es un amigo primitivo que canta a la naturaleza y pinta sin más acuarelas que una sencilla visión. El poeta es un cosmos dentro del átomo de una emoción.

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